Una de las visitas opcionales, a la que por supuesto nos apuntamos, fue el así llamado poblado nubio. La verdad es que nuestro guía Wafek se las ingenió otra vez para que pudiéramos disfrutar unos momentos preciosos casi en solitario… pero vayamos por partes.
Paseo en faluca
Nada más salir del barco subimos a una barca de vela cuyo cometido fue el de acercarnos hasta la motonave. En ese breve trayecto nos mostraron la tienda de turno que tenían ahí montada, básicamente pulseras, collares, pendientes y abalorios diversos. Compramos y pasamos a la motonave.
Motonave y baño en el Nilo
Una vez en la motonave avanzamos río arriba. El trayecto fue hermoso pues el río se estrechaba y a veces el experimentado timonel tenía que atravesar difíciles pasos entre las rocas donde casi las podíamos tocar con las manos.
Como habíamos salido media hora antes que los demás grupos llegamos a una bonita playa de arena dorada, en ese momento solitaria de turistas, en la que los lugareños tenían montados sus puestecitos de venta con figuras de madera, de alabastro, puñales, y casi todos ofrecían atractivos frasquitos de cristal con arenas del desierto.
Los más valientes de nuestro grupo se quedaron en bañador y se fueron lanzando uno tras otro al agua. A finales de diciembre, a nosotros no nos apeteció lo del baño fresquito y nos limitamos a pasear y a observar a los valientes bañistas.
En un determinado momento coincidió una estampa curiosa. Un grupo de personas de allí comenzaron sus rezos en el extremo de la playa, a escasos 30 metros de los jóvenes en bañador y bikini que ni siquiera se dieron cuenta, ya que estaban disfrutando de los chapuzones. Me resultó un tanto surrealista y en ese momento me sentí como un auténtico extranjero en tierra extraña.
El poblado nubio
Cuando la playa ya se estaba llenando de motonaves que se empujaban unas a otras para desembarcar, nuestro avezado guía Wafek, nos condujo hacia el poblado.
Con sus casas de colores, la estampa desde el río es muy bonita. Nada más saltar a tierra, ya teníamos a nuestra disposición a un pequeño ejército de tuc-tucs conducidos por chicos jovencísimos entusiastas y alegres con sus motos, como si estuvieran jugando. No sé cómo, nos colocamos seis personas en cada moto-carro y agárrate que vienen curvas. Al máximo de velocidad que permitía el vehículo, el tráfico y las angostas calles de tierra invadidas por animales, personas y niños, fuimos subiendo. En muy poco tiempo dejamos atrás las casas y llegamos sanos y salvos a lo más alto. Desde este promontorio desierto nos apareció de improviso una maravillosa vista que nos dejó boquiabiertos. El río se extendía a nuestros pies hacia la derecha y la izquierda hasta perderse de vista formando diversos ramales y dejando hermosas islas verdes entre ellos. Hacia el sur a nuestra derecha pudimos vislumbrar a lo lejos la inmensa obra de la presa de Asuán.
Solo por este momento, que además disfrutamos nuestro grupo en solitario, valió la pena haber contratado esta visita opcional. Luego pudimos comprobar que a otros grupos sus guías no les habían traído hasta aquí arriba.
La casa en el poblado nubio
De vuelta al pueblo con nuestras motos entramos en una casa típica. Lo tienen todo preparado para entretener al turista. Nos ofrecieron el maravilloso té rojo de hibisco acompañado de pan, miel y un queso súper fuerte y que lógicamente había que mezclar con el pan y la miel para saborearlo mejor.
Además, como buenos habitantes del Nilo, tenían crías de cocodrilo en unas jaulas para hacernos la foto obligada teniendo al animal de casi un metro de largo en las manos.
Mientras tanto una mujer iba decorando con henna nuestras manos, muñecas o cuellos. Yo me contenté con un discreto símbolo del Anj, (salud y vida) en la muñeca.
Al salir de la casa volvimos a encontrarnos con las persistentes mujeres, todas cubiertas de negro, intentando vendernos cualquier cosilla, muñecas de madera, frasquitos de arena… por supuesto todo, como mínimo, a 1 euro.