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Averroes nació en Córdoba en 1.126 y murió en Marrakech en 1.198. Nació en una familia culta de tradición jurista, su abuelo y su padre eran jueces. Su nombre era Abu I-Walid ibn Rusd y fue filósofo y médico. Intentó conciliar la teología musulmana con las ideas de Aristóteles. En sus obras, como los sabios de la antigüedad, trató  temas muy diferentes como filosofía, leyes, física, matemáticas, astronomía y por supuesto medicina ya que fue médico del califa de Córdoba durante una temporada. Su pensamiento tuvo una gran influencia en la Edad Media.

A finales del siglo XII, una ola de fanatismo propiciada por los almohades invade Al-Ándalus. Censuran y prohíben sus obras y además destierran a Averroes a Lucena. Uno de sus crímenes fue intentar conciliar la razón con la religión.

Solo al final de sus días, poco antes de morir, restituyen su nombre y el emir le permite volver del exilio, cosa que no pudo hacer porque moriría en Marruecos. El mal ya estaba hecho. Muchas de sus obras se perdieron y de algunas solo se salvaron las traducciones que se habían hecho al latín y al hebreo.

La estatua que vemos está situada en la calle Cairuán. Es muy reciente, de 1.967 y aparece el sabio sobre un pedestal, sentado sosteniendo un libro. Visitando esta estatua recordamos y rendimos homenaje a alguien que supo valorar la razón y la mesura por encima de cualquier fanatismo.

Averroes decía que los huevos y el aceite de oliva tenían muchas propiedades curativas, y lo mejor era tomar los huevos fritos en aceite de oliva. ¡Sí que sabía este Averroes! … y con unas patatitas fritas, mejor.