Es el primer edificio religioso de Melilla por su historia, su monumentalidad, belleza y valentía, resistiendo las embestidas del tiempo, terremotos, humedades y asedios, a través de su historia.
De niña, cuando visitaba este templo, me sentía transportada hacia otra época, lejos de la ciudad y del resto de sus iglesias. Ésta era especial para mí. La veía envuelta en un halo de misterio. Sus viejas y venerables imágenes me sobrecogían, y entre sus muros me sentía como si estuviese en un lugar iniciático. Lo curioso es que, después de pasado tanto tiempo, sigo sintiendo la misma sensación cada vez que la visito.
Su maravilloso retablo barroco, la capilla de las Ánimas- que tanto miedo me causaba-, la del Rosario, el impresionante Cristo de la Vera Cruz, traído por los primeros españoles, el sencillo Baptisterio, donde fue bautizada mi madre por el insigne padre Miguel Acosta. Toda la iglesia en sí es una joya. Una valiosa reliquia que nos dejaron aquellos primeros heroicos melillenses digna de reconocimiento y veneración.
¡Cuántos hechos ocurridos entre sus muros! Si sus imágenes hablasen podrían contarnos toda una epopeya a partir del año 1.657 en que se iniciaron sus obras, por orden del gobernador Vélez y Angulo, hasta que fue concluida e inaugurada por el también gobernador Toscano Brito, el ocho de diciembre de 1.682, veinticinco años después.
Construida de planta basilical-cruz latina-, consta de tres naves separadas por cinco pilares; una central y dos laterales. Las naves laterales, de dimensiones 4,60 por 24,20 metros rematadas por cúpulas circulares con linternas.
En la nave central hay un escudo del papa Alejandro VII sobre el arco que da al Altar Mayor, extremo norte. En dicho altar se halla el camarín hexagonal de la Virgen de la Victoria, Patrona de la ciudad, al que se puede subir por una escalera situada en la sacristía.
En el extremo sur se encuentra el Baptisterio y la subida al coro donde, anecdóticamente, cantaban mis hermanas siendo niñas.
Su fachada románica, restaurada, al igual que todo el edificio, en diversas ocasiones, a veces no muy acertadamente, es de una gran sencillez. Lisa y encalada, tiene 32,20 metros de longitud y una altura de 13,20 metros. Está coronada por un frontón triangular bajo el cual se halla una ventana y bajo ésta una hornacina con la imagen de Nuestra Señora de la Concepción de la Virgen María, a la cual se le dedica el templo desde 1.663.
A la derecha se alza una torre de 18 metros de altura rematada por el cuerpo de campanas. Y todo el atrio está rodeado de una artística verja de hierro. En mi modesta opinión de profana, destaco del conjunto exterior del edificio la portada de entrada al templo, de sillería almohadillada y medidas de 5 por 5,50 metros.
Preside el templo, desde su camarín en el Altar Mayor, Nuestra Señora de la Victoria. Es una antigua y valiosa talla de madera dorada y policromada de finales del siglo XVI, de 1,20 por 40 por 60 cm, que representa la Virgen sentada con el Niño en brazos y sosteniendo en su mano derecha el cetro de capitán general con mando en plaza, rango por el cual se le deben rendir honores.
Como Patrona Coronada de Melilla, posee una bellísima corona gótica inspirada en la corona de plata de la reina Isabel la Católica. Se compone de ocho florones de oro y piedras preciosas montadas al platino. Lleva en total 586 brillantes, 184 zafiros y 203 rubíes y el escudo de Melilla ejecutado en esmalte, oro y platino. Idéntica corona, con menores dimensiones, luce el Niño. El joyero asignado para su ejecución fue don José Madrid.
No quiero dejar en el olvido a los abnegados primeros frailes que llegaron a nuestra Ciudadela. Me refiero a la entrañable orden Capuchina. Fue en el año 1.660, por expreso deseo de Felipe V, el cual mandó adquirir dos casas para destinarlas a convento de los frailes. Desde entonces han estado entre nosotros ganándose la simpatía y el cariño de los melillenses por su loable labor callada, sencilla y eficiente. Ellos soportaron, como el resto de los habitantes de Melilla la Vieja, los duros embates de los temporales, las épocas de hambre por la falta de aprovisionamiento, los frecuentes terremotos, los no menos frecuentes asedios, en especial aquel durísimo del año 1.774-75 en que tuvieron que recoger a su Virgen de la Victoria y refugiarse en las cuevas del Conventico- llamadas así por hallarse al lado de los edificios del convento y el conventico y comunicadas con ellos- por peligrar sus vidas. Aún se conserva un proyectil de aquella época que cayó justamente en el camarín de la Virgen.
Ellos fueron apoyo y consuelo para aquellos primeros melillenses encerrados en la Fortaleza sin más horizontes que el cielo y el mar. Ahora los buenos frailes ya no están entre nosotros. Injustamente se los han llevado fuera de su iglesia, de su casa. Los han arrancado de este pedazo de tierra en la que vivieron a lo largo de siglos prestando tantos servicios y dando tanto de ellos mismos. Queridos y entrañables frailes: gracias por haber venido a Melilla.
Quizás la Virgen de la Victoria, que ahora debe encontrarse tan sola sin sus frailes, mire desde lo alto de su altar y viendo su iglesia vacía y llena de tristeza, derrame también una lágrima.
Carmen Carrasco
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