Kioto

Kioto fue la antigua capital imperial durante más de mil años. Los emperadores tuvieron aquí su residencia desde 794 a 1.868. Cuenta con más de 2.000 templos y santuarios, barrios de calles estrechas y algunos de los jardines más increíbles de Japón. La ciudad mantiene un inmenso patrimonio artístico y religioso porque no la bombardearon durante la guerra y conserva rincones, edificios y calles que apenas han cambiado con el paso de los siglos. Además es una ciudad rodeada de colinas y zonas verdes que permiten disfrutar de la naturaleza y escapar del bullicio urbano. Dicen que posiblemente sea la ciudad más bonita de todo Japón.

A partir de 1.868 el emperador volvió a regir el poder efectivo del país. El primero de ellos, Meiji gobernó hasta 1.912 y dio un impulso radical al cambio social para salir de tantos siglos de feudalismo y aislamiento internacional. La primera medida fue trasladar la capital a Edo a la que llamaron Tokio, la capital del este.

Las medidas adoptadas fueron la de traer gran cantidad de expertos occidentales en ciencias, tecnología, navegación… así como enviar a miles de estudiantes japoneses al extranjero que volvieron trayendo los últimos adelantos de la tecnología. Esto convirtió a Japón en muy pocos años en una importante nación industrial.

Kioto quedó perdió la relevancia política que había tenido como capital y, aparte de la arquitectura de algunos palacios de estilo occidental, prácticamente ha mantenido su aspecto antiguo.

Qué ver en Kioto

Los barrios de Higashiyama y Arashiyama

Parece que nos transportan a otra época y son dos de las zonas más agradables para pasear en Kioto.

En Arashiyama visitamos los jardines del Templo Tenryuji, de 1.339. En la salida norte del templo se encuentra el famoso bosque de bambú de Arashiyama que es uno de los rincones más mágicos de Kioto.

Durante el período Heian (794 a 1.185) la corte vino a instalarse en esta zona de Arashiyama buscando la belleza y la tranquilidad de estos hermosos paisajes.

Pabellón Dorado Kinkaku ji

El pabellón dorado Kinkaju Ji es uno de los emblemas de Kioto. Sus dos pisos superiores están cubiertos por una lámina de pan de oro para resaltar la pureza y la riqueza espiritual del lugar. Lo construyó Yoshimitsu, tercer shogun del clan Ashikaga, en 1.397 como su villa de retiro y descanso. Después de su muerte, siguiendo sus deseos, se transformó en un templo budista zen.

Situado a medio camino entre el agua y la tierra, era el lugar perfecto para la oración entre la tierra y el cielo. Originalmente estaba en medio de un lago y había que llegar allí en barca.

En 1.950 un monje novicio con problemas mentales provocó un incendio que lo destruyó completamente. Este suceso impactó profundamente a la sociedad japonesa. De aquí surgió la novela «El Pabellón de Oro» del afamado escritor, Yukio Mishima.

Lo que vemos hoy en día es la reconstrucción de 1.955 y la siguiente renovación de 1.987. Utilizaron 20 kilos de oro con los que fabricaron 200.000 láminas para el recubrimiento de las paredes.

En el lago hay unas piedras que tienen su simbología. Siguiendo la tradición de la jardinería japonesa, representan la imagen budista de la creación del mundo con sus ocho océanos y las nueve montañas.

Otras construcciones emblemáticas del templo son el Pabellón de Plata y el Kiyomizu-Dera.

El Pabellón de Plata

El shogun Yoshimasa a finales del siglo XV quiso recubrir su morada con láminas de plata  como homenaje a su abuelo que vistió el Kinkaju Ji con oro. Aunque nunca lo hicieron, este elegante palacete sigue manteniendo el nombre de Pabellón de Plata.

Kiyomizu-Dera

El Kiyomizu-Dera que vemos hoy es del siglo XVII durante el shogunato de Tokugawa Iemitsu (1.604-1.651). El nombre Kiyomizu significa «agua pura» porque hay una fuente de la que beben los peregrinos que acuden a rezar a la diosa Kannon representada con once cabezas.

No tuvimos tiempo de acercarnos a verlo, aunque estaba en nuestros planes, pues se trata de una construcción de madera única. Expertos artesanos de la madera construyeron todo el complejo sin utilizar ni un solo clavo. Su plataforma principal se sostiene sobre cientos de postes de madera con una altura que llega a los 13 metros. Desde allí las vistas a la ciudad dicen que son impresionantes.

El santuario sintoísta Fushimi Inari

Aquí sí que vinimos y realmente nos encantó este espectacular santuario. Fushimi Inari, es conocido por sus miles de torii rojos que forman túneles a lo largo de un sendero hasta la cima del Monte Inari. Los torii son donaciones de empresarios y comerciantes que a lo largo de los siglos han pedido buena suerte y prosperidad en sus negocios. En cada uno de ellos está escrito el nombre de la persona que lo donó. Si queremos hacer todo el recorrido necesitaremos unas dos horas. Nosotros no llegamos hasta arriba del todo, pero, aunque había muchísima gente, no resulta difícil abstraerse a ratos y disfrutar de la espiritualidad del lugar. Lo más complicado es intentar buscar la foto sin personas, pues continuamente está pasando gente. Hay que tener paciencia, detenerse en una zona que te guste y esperar el rato que haga falta para disparar.

El torii está formado por dos postes sobre los que descansan dos travesaños y representa la puerta entre el mundo terrenal y el espiritual.

Vemos estatuas de zorros en la puerta y a lo largo de todo el complejo. Son los Kitsune, los mensajeros de Inari, el dios de los cereales, el arroz y los negocios. En la boca llevan una llave que sirve para abrir los almacenes de arroz.

El barrio de Gion y las geishas

Gion es el área conocida por preservar la cultura tradicional japonesa y uno de los barrios más encantadores de Kioto.

Aunque hay cinco barrios o zonas de geishas en Kioto, conocidos como hanamachi, Hanami Koji en Gion es una de las mejores calles para ver geishas y maikos. De 6 a 8 de la tarde no es raro que salgan en sus desplazamientos desde sus casas (okiya) a las casas de té donde las esperan los clientes.

Nosotros solamente vimos una de lejos que rápidamente desapareció de nuestra vista. Hay que decir que muchos turistas son realmente maleducados persiguiéndolas con sus cámaras e incluso queriendo posar junto a ellas. La guía nos comentó que a ellas no les gusta que las fotografíen ni las entretengan. Son profesionales que tras una larga formación, generalmente desde niñas, en las artes, el canto y la danza, se convierten en expertas en el arte del entretenimiento.

En esta zona hay callejones privados con señales que desde 2024 advierten de la prohibición de pasear por ellos y hacer fotos. Dicen que las multas pueden ser considerables. En las calles públicas como la famosa Hanami Koji sí que está permitido hacer fotos, pero no se permite bajo ningún concepto dirigirse a las geishas o cortarles el paso.

Los habitantes de Kioto están hartos de turistas que no entienden ni respetan sus tradiciones.

El santuario de Yasaka Jinja

Gion está situado frente al santuario de Yasaka Jinja, un antiguo templo sintoísta y el barrio nació hace siglos para alojar a los viajeros que venían a visitar el santuario. Nosotros entramos a verlo porque dentro tiene muchas zonas de especial belleza y dimos un agradable paseo. A pesar de ser un santuario sintoísta, su entrada principal no tiene el característico torii, sino una puerta de estilo budista. Esto demuestra que ambas religiones convivían sin problemas. Una vez dentro, hay que buscar la fuente de la que mana el agua de la belleza y mojarse las manos y la cara con ella.

La calle que conduce hasta este templo se llama Sannen-Zaka, que significa: «ascenso de tres años». Con el tiempo el barrio de Gion se convirtió en una de las zonas de geishas (hanamachi) más famosas de todo Japón. En el siglo XIX aquí había más de 700 okiya, casas de formación y entre geishas y aprendices (maiko) había más de 3.000.

Shijo Dori, su calle principal, corre de este a oeste. Es a primera vista una gran avenida, pero mantiene mucho comercio local y tradicional.

Zona norte de Kioto

Otras calles interesantes de Gion son Shinmonzen Dori y Furomonzen Dori, en la zona norte. Tienen varias casas tradicionales (machiya) y tiendas de antigüedades. Pero a Shirakawa Minami Dori, muchos la consideran una de las calles más encantadoras de la ciudad. El motivo es el canal que la acompaña y los cerezos que cada primavera ofrecen el espectáculo de la floración.