No puedo disimular que soy una enamorada de Melilla la Vieja en donde nací. Me atrae como algo misterioso. Y cuando recorro sus antiguas calles me veo como envuelta en leyendas, mitos, proezas de personajes heroicos que nos legaron su pasado hecho presente cada día al contemplar la hermosa fortaleza que ellos construyeron. Rica herencia la que gozamos de nuestros antepasados, que tanto hicieron por aquella primera Melilla, reliquia de tiempos pretéritos. Hoy quiero traer al recuerdo cuatro edificaciones que, callada y humildemente, sin afanes de protagonismo, fueron de enorme utilidad a la Ciudadela y sus habitantes en el pasado. Me refiero a sus Almacenes.
Hagamos, en un soleado día melillense, un pequeño recorrido, un paseo por la calle San Juan hasta llegar casi a la Plaza de Estopiñán, otro de mis mitos, a quien debemos que Melilla exista.
Pero … ¿qué tiene de particular esta pequeña cuesta, aparte de la maravillosa vista que de la moderna ciudad se disfruta?. Sus Almacenes. Recios y vetustos edificios que en su tiempo sirvieron de sustento, y a veces cobijo, a sus antiguos habitantes.
Construidos con sólidos y anchos muros para caso de asedio, fueron la salvación en épocas de hambre con sus provisiones, y protegieron en ocasiones sus vidas en tiempos de peligro.
Cuatro cíclopes casi anónimos, sencillos, humildes y abnegados:
- Almacén de Florentina
- Almacén de San Juan Viejo
- Sala de Armas de San Juan
- Almacenes de las Peñuelas
Escuchémosles. Oigamos su historia contada por ellos mismos, sus vivencias, el sentir de sus almas de piedra.
I – Almacén de Florentina
«Me construyeron en tiempos del rey Carlos III, en el año 1.781, de planta rectangular y a prueba de bomba. Tengo dos bóvedas de ladrillo a dos aguas pues, aunque aquí ha llovido siempre poco, más valía prevenir. Mis medidas son: 29 metros de longitud, 5 de latitud y 4’2 de altura y tengo dos naves y dos pisos. Destinado a almacén de fortificación, en mi tiempo fui de gran utilidad.
Más tarde dejaron de contar conmigo y sufrí un injusto abandono, sintiéndome muy desgraciado. Hasta que en 1.979 tuvieron la feliz idea de restaurarme.
Ahora vivo feliz pues entre mis anchos muros acojo a un aventurero Club, llamado Scorpio, que cuida de mí y alegra mis días, y a menudo también mis noches, reuniéndose en las veladas veraniegas de mi fresca terraza.
Yo me considero dichoso y afortunado. Disfruto de unas maravillosas vistas al mar siguiendo el ir y venir de los barcos hasta perderse en el horizonte.
Tengo además muy buenas relaciones con mis tres vecinos, los otros Almacenes, con los que, de vez en cuando, me echo largas parrafadas recordando los buenos tiempos en que éramos imprescindibles. Cosas de viejos».
II – Almacén de San Juan Viejo
«Soy el más antiguo de todos pues me edificaron en el año 1.716, así que creo que se me debe un respeto al ser el decano de todos los Almacenes. Esto de la jerarquía lo llevo yo muy en cuenta.
Me mandó construir el ingeniero, y también gobernador, Pedro Borrás. A prueba de bomba, planta rectangular, techo a dos aguas, dos salas y dos pisos. Yo no voy a ser menos que mi primer vecino, claro. Mis medidas son 27 metros de longitud por 4’2 de altura y fui destinado a almacén de víveres en el primer piso, y de leña en el segundo. Sin mí no era posible la existencia en la fortaleza.
Pero ¡ay!, en el siglo XX perdí mi funcionalidad y también me abandonaron. Me arrinconaron como algo ya inútil. Así es el hombre a veces.
Afortunadamente, en el año 1.985 se acordaron de mí y me restauraron. Daba gloria verme. Mis contrafuertes exteriores eran una maravilla. Pensando maliciosamente, creo que soy un poquito la envidia de mis compañeros, pues soy el único de los cuatro que los tiene. Permitidme esta vanidad. Ahora también vivo feliz pues alojo entre mis paredes a una agradable Asociación de Vecinos “Acrópolis”, que dan calor y alegría a mis viejos muros y me acompañan en las horas de morriña cuando me pongo a pensar lo importante que fui en el pasado. Y es que uno se hace mayor».
III – Sala de Armas de San Juan
«Antes de que yo existiera, hubo en mi solar un antiguo almacén, de dimensiones reducidas, para almacenar artillería (1.500 fusiles), pero no a prueba de bomba. Dado su escaso rendimiento, y yo creo que pensando en mí, lo demolieron para construirme fuerte y poderoso. Cuatro bóvedas a dos aguas, por mor de la lluvia, y dos pisos. Mis dimensiones: 22 x 5 x 4’2, en uno de mis pisos y 12 x 5 x 4’2 en el otro. Fui terminado el año 1.778 y quedé con tanta nobleza y capacidad que incluso pensaron alojar bajo mi techo al general y oficiales de Estado Mayor, en caso de sitio.
Luego, como sucedió con mis otros compañeros, llegó un tiempo en que decidieron que ya no era de utilidad y me abandonaron. Ni artillería, ni general, ni oficiales. Ya no servía para nada.
Pero siempre hay gente buena e inteligente. Y el arquitecto Bernardo Rodríguez Davó me restauró, uniendo mis dos naves mediante una escalera, y quedó otra vez listo para el servicio.
Solo tengo un pequeño pesar, y es que al elevar la calle, para facilitar la circulación, yo quedé parcialmente oculto por ella y no puedo lucir mi silueta como creo que merezco.
En la actualidad me he convertido en un intelectual pues alojo en mis salas, nada más ni nada menos, que a la Asociación de Estudios Melillenses, de lo cual me siento muy orgulloso y afortunado. Me hacen rejuvenecer. ¡Si supierais los documentos tan importantes que tengo de Melilla!».
IV – Almacenes de las Peñuelas
«Yo, no es por darme aires, pero creo que soy el más importante de los cuatro Almacenes. Esto lo digo sin ánimo de molestar a mis vecinos de arriba, claro. Os explicaré por qué.
Primeramente, en el siglo XVI, levantaron donde yo imperaría después – Plaza del Principal – los llamados «Magacenes de su Majestad», en donde se guardaban bastimentos. En 1.764 se almacenaba en ellos harina, tocino, carne salada, aceite, vinagre… Pero, como dichos Magacenes no eran muy consistentes, se demolieron y comenzaron a construirme a finales del siglo XVIII.
Tenía seis bóvedas a prueba de bomba, repartidas dos en una planta y cuatro en otra y, naturalmente, techo a dos aguas. ¿Llovería más antes?. Mis dimensiones eran 38’5 x 5 x 4’2. Buenos almacenes, vive Dios.
Después… después tuvieron unas ideas peregrinas con respecto a mí. Y el general Alcántara construyó sobre mis bóvedas un teatro que fue muy famoso en su tiempo: el Teatro Alcántara, hoy desaparecido.
Pero no se pararon en barras. También edificaron una residencia para el gobernador, aprovechando lo fuerte que yo era y la resistencia de mis muros. Ésta aún continúa, aunque hay quien dice que desvirtúa el entorno, no sé. Se hablaba de quitarla pero pienso que es una pena. Es un resto del pasado y yo soy muy tradicional.
Por último, diré que bajo mi suelo existen dos pozos. ¿Tenía yo razón al decir que soy el más importante de los Almacenes?. Bueno, esto lo digo en broma. Los cuatro hicimos un extraordinario servicio en nuestro tiempo. Fuimos algo imprescindible en la época que nos tocó vivir y estamos muy orgullosos de nuestra historia.
Visitadnos de vez en cuando, cosa que nos alegrará, y admirad cómo nos conservamos a través de los tiempos. Quizás nos ayude a ello el cariño de los melillenses”.
Termino el nostálgico recorrido por los Almacenes de nuestra Melilla la Vieja. Ahí siguen y seguirán. Son parte de la historia de una epopeya, protagonistas también de ella y fieles servidores que jamás abandonaron su puesto para ejemplo de los siglos.
Florentina, San Juan, Sala de Armas, Peñuelas: gloria y honra a vosotros.
Bibliografía consultada y fotografía: Melilla la Vieja. Plan especial de los cuatro recintos fortificados.
Carmen Carrasco
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