El acueducto romano de Albarracín tiene una hermosa leyenda. Cuentan que el rey moro de Albarracín tenía un hijo, Abu Meruán. El joven se enamoró perdidamente de Zaida, hija del emir y señor de Cella. El padre de ésta no aprobaba su amor entre ellos. Por este motivo puso al joven una prueba imposible de cumplir. En un plazo de cinco años tenía que llevar agua desde Albarracín a Cella. Pero para el amor no hay nada imposible. El joven horadó las montañas y antes del plazo fijado, el agua llegó a Cella y él pudo casarse con su amada Zaida.
La historia del Acueducto romano de Albarracín casi es más increíble ya que resulta una impresionante obra de ingeniería que los romanos realizaron precisamente horadando las montañas.
Aunque la construcción de la carretera de Teruel a Albarracín destruyó muchos de los restos del acueducto, todavía se conservan suficientes vestigios para hacernos una idea de la magnitud de la obra, ciertamente uno de los más espectaculares y magníficos logros de la ingeniería civil romana.
No tiene la espectacularidad de otros acueductos romanos como el de Segovia, pero su humilde imagen no debe hacernos pensar que se trata de una obra pequeña. Todo lo contrario. Casi todo el recorrido de sus 25 kilómetros de longitud es subterráneo, aunque algunos tramos discurren al aire libre. Su construcción empezó en varios puntos simultáneamente y eso nos da una idea del grado de perfección que alcanzó la ingeniería romana de la época.
Uno de los puntos más aconsejables para visitar el acueducto es el tramo IV, justo a la salida de Gea de Albarracín en al paraje llamado «Barranco de los Burros».